sábado, 19 de julio de 2014

Batalla de Qadesh

La Batalla de Qadesh, librada a finales de mayo del año 1274 a. C, fue un combate de infantería y carros en la que se enfrentaron las fuerzas egipcias del faraón Ramsés II y las hititas de Muwatallis.

Batalla de Qadesh

Ramses II

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La batalla ocurrió en las inmediaciones de la ciudad de Qadesh, en lo que hoy es territorio sirio, y, tras haber comenzado con ventaja para sus enemigos, se saldó con un gran éxito egipcio, aunque con numerosas pérdidas. A nivel estratégico supuso un empate técnico con, incluso, notables ventajas geoestratégicas para el bando hitita; puede argumentarse que resultaron ganadores si se tiene en cuenta que la batalla supuso el fin de la campaña de invasión de Ramsés II sobre el Imperio Hitita.

Batalla

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Qadesh tiene la característica de ser la primera batalla documentada en fuentes antiguas, lo que la convierte en objeto de estudio minucioso por parte de todos los aficionados e investigadores de la ciencia militar, analistas, historiadores, egiptólogos y militares de todo el mundo. También es la primera que generó un tratado de paz documentado. Además, Qadesh tiene la importancia adicional de ser la última gran batalla de la historia librada en su totalidad con tecnología de la Edad del Bronce.

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Ramses II Guerreando. Bajorrelieve en el templo de Abu Simbel


Batalla de Qadesh

Fecha: Finales de mayo del 1274 a. C.

Lugar: Valle del río Orontes, cerca de Qadesh (actual Kinza, Siria)

Resultado: Ambos bandos reclaman la victoria
Táctico: Victoria pírrica egipcia
Estratégico: Victoria hitita (fin de la campaña de Ramsés II y la invasión del Imperio hitita)

Una victoria pírrica es aquella que se consigue con muchas pérdidas en el bando aparentemente o tácticamente vencedor, de modo que aún tal victoria puede terminar siendo desfavorable para dicho bando.


Beligerantes: Imperio Nuevo Egipcio / Imperio hitita

Comandantes: Ramsés II, faraón egipcio / Muwatallis II, rey hitita

Fuerzas de combate:
Egipcias: c. 20.000 hombres: 16.000 infantes, 2.000 carros de guerra, 4.000 hombres.
Hititas: c. 50.000 hombres: 40.000 infantes, 3.700 carros de guerra, 11.100 hombres.

Bajas:
Egipcias: desconocidas, pero considerablemente mayores.
Hititas: desconocidas, pero considerablemente menores.

Las fuentes antiguas

La Batalla de Qadesh está documentada en tres fuentes antiguas, aunque las dos más importantes son de procedencia exclusivamente egipcia.

El Poema de Pentaur

El Poema de Pentaur es un célebre escrito épico realizado por el escriba Pentaur por encargo de Ramsés II, narrando la batalla de Qadesh.
El poema, escrito años después de la batalla, adorna la derrota del estamento militar y el triunfo de Ramsés II, denostando al primero por cobardía y elogiando al segundo por su gran valentía. Relieves e inscripciones recordarían para siempre la gesta, presentando al faraón como el héroe que se enfrentó solo a numerosos enemigos y salvó una situación desesperada: Ramsés II ordenó que el boletín de guerra fuese divulgado en los principales templos, de tal manera que se encuentra grabado en los bajorrelieves que adornan las paredes de los templos de Abidos, del Ramesseum, de Karnak y de Abu Simbel, y en los pilonos de Luxor.

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Ramsés II derrotando a sus enemigos. Templo de Abu Simbel.


Ramsés II, que necesitaba afianzar su papel histórico, magnificó su actuación en una batalla que no ganó, por medio de estas páginas épicas. La propaganda esconde disposiciones políticas que se fueron materializando en los años siguientes, al colocar el rey a sus hijos mayores al frente de las estructuras castrenses. Obviamente, sus jugadas políticas frente al estamento militar implicaban cierto riesgo, pero él supo administrarlo con gran habilidad, a partir de dos factores favorables a sus intereses:

-Una alta oficialidad de origen extranjero. Fueron promovidos oficiales asiáticos que se mantuvieron leales a Ramsés II, a cambio de obtener importantes rangos.

-Unas tropas de élite en las que los foráneos tenían un destacado papel, soldados que eran leales solamente a la persona del Faraón y no al estado egipcio.

Batalla de Qadesh


El Boletín

Informe militar de la batalla, el Boletín de Guerra, al igual que el Poema de Pentauer, se encuentra totalmente conservado y se hallan siete copias del mismo en forma de bajorrelieve —junto al poema— en el Ramesseum, el Templo de Luxor, Abydos, Karnak y Abu Simbel.

Para leer el Poema y el Boletín pueden visitar este link.
http://antepasadosnuestros.blogspot.com.ar/2012/10/el-poema-de-pentaur-la-batalla-de-kadesh.html

El Tratado de Qadesh

El Tratado egipcio-hitita, también llamado Tratado de Qadesh o Tratado de Kadesh, fue un tratado de paz suscrito entre el faraón egipcio Ramsés II y el rey hitita Hatusil III, el cual —de acuerdo con la mayoría de los egiptólogos— fue celebrado c. 1259 a.C. El tratado marcó el fin de las negociaciones que siguieron a algunos importantes conflictos armados que culminaron con la famosa batalla de Qadesh, librada entre 15 y 16 años antes entre las dos potencias de la época. El acuerdo tenía como objetivo el establecimiento de relaciones pacíficas entre ambas partes.

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Versión hitita del tratado. Está ubicada en el Museo Arqueológico de Estambul


Es el acuerdo diplomático y el tratado de paz más antiguo que se conozca en el Medio Oriente y, a menudo es considerado el más antiguo del mundo, aunque esto no esté totalmente comprobado. Sin embargo, es el tratado más antiguo sobreviviente en el mundo hasta la actualidad. El nombre común del Tratado de Qadesh está relacionado con la batalla del mismo nombre, pero los historiadores modernos creen que esta batalla no fue el catalizador para el intento de paz, puesto que egipcios e hititas continuaron siendo enemigos muchos años luego de dicho conflicto.

Hoy en día, éste Tratado, símbolo del primer "movimiento para la paz perpetua", adorna las paredes de la Sede en Nueva York de la Organización de las Naciones Unidas.

Contexto histórico

La importancia de Siria
Punto de encuentro, cruce y negociación del tráfico y comercio de su tiempo, y área dotada de inconmensurables recursos naturales, Siria era la encrucijada mercantil, cultural y militar del mundo antiguo. No sólo producía ingentes cantidades de trigo, sino que por allí pasaban las mercancías provenientes de los buques que cruzaban el Egeo y los de lugares más lejanos, que llegaban al Asia Menor por el puerto de Ugarit, especie de Venecia antigua que dominaba el comercio del Mediterráneo oriental, y se encontraba, precisamente, ubicada en Siria. Los derechos aduaneros que percibiría quien dominase la región eran enormes; sumados a su estratégica posición militar, la producción agropecuaria y los derechos de tráfico y exportación, convertían a la zona en una de las de mayor importancia estratégica del mundo antiguo.

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Ubicación de Ugarit


Por la zona viajaban vidrio, cobre, estaño, maderas preciosas, joyas, textiles, alimentos, artículos de lujo, productos químicos, loza y porcelana, herramientas y metales preciosos. A través de una telaraña de rutas comerciales que comenzaban y terminaban en Siria, esas mercancías se distribuían por todo el Medio Oriente, mientras que otros productos llegaban allí desde sitios tan apartados como Irán y Afganistán.

Entre dos potencias
Pero Siria sufría la desventaja de encontrarse en medio de las dos grandes potencias políticas y militares de su época: el imperio egipcio y Hatti, el inmenso Imperio hitita. Como es obvio, ambos ambicionaban dominar Siria para explotarla en su propio provecho. De hecho, hoy se considera que, hace 3300 años, el mero hecho de controlar la tierra siria significaba el automático ascenso de cualquier nación a la exclusiva élite de quienes merecían llamarse "potencia mundial". Así parecieron entenderlo Mittani primero, Hatti y Egipto más tarde, y Asiria y Nabucodonosor al final.

Es comprensible, por tanto, que Mittani, Hatti y Egipto derramaran, durante los siglos anteriores a Qadesh, verdaderos océanos de sangre en sus desesperadas tentativas de dominar la región, proporcionando así un violento escenario general donde se moverían los factores concretos que desembocarían en la batalla.

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La necesidad de Qadesh

Hubieron muchos muchos intentos por controlar Siria por parte de hititas y egipcios no obstante: a la fecha de la muerte de Seti I (1279 a. C.), Qadesh estaba nuevamente en manos hititas, y la situación se mantendría en equilibrio inestable durante cuatro años más. Para ese entonces, había ya dos nuevos reyes sentados en los tronos de los reinos enfrentados.

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Seti I


En 1301 a. C., Ramsés II, hijo de Seti I, tomó una decisión drástica: para mantener Siria necesitaba Qadesh, y ésta no se sometería a un mero mensajero. Se dirigió al norte, por lo tanto, con un gran ejército, para recibir personalmente el juramento de lealtad del rey amorreo, Benteshina, "motivado", tal vez, por la sombría visión de miles de soldados escoltando al faraón. Está bastante claro que la intención de Ramsés II era someter a Qadesh, de grado o por la fuerza.



Hatti tenía un nuevo rey, el inteligente y astuto Muwatallis II. Muwatallis no ignoraba las intenciones del joven Ramsés, y tampoco olvidaba que para Egipto era imperioso dominar Qadesh si quería recuperar alguna vez el control sobre Siria. En tales circunstancias, comprendía que estaba obligado a actuar. Si Benteshina era secuestrado o dominado por Egipto y si Amurru caía en manos del emperador del Nilo, los hititas se exponían a perder todo el centro y norte de Siria, incluyendo puntos neurálgicos de su estrategia como Alepo y Carchemish.

Sin embargo, los hititas podían ahora concentrarse en un solo frente, porque tratados recientes habían eliminado la amenaza asiria a sus espaldas. De modo que en el verano de 1301 a. C., Muwatallis comenzó a organizar un gran ejército que, esperaba, pondría fin a la campaña egipcia. El campo de batalla estaba muy claro para ambos comandantes: lucharían bajo las murallas de Qadesh. Egipto y Hatti se enfrentarían de una vez por todas en un combate definitivo, una enorme batalla que, por fin, definiría si Siria quedaría bajo el dominio faraónico o hitita.

Mandos de ambos ejércitos

Ramsés II
Príncipe heredero de la XIXª Dinastía, nieto de su fundador Ramsés I e hijo de Seti I, Ramsés fue educado como todos los futuros faraones de su época. Se le enseñó a montar carros de guerra al mismo tiempo que a caminar, a domar y montar caballos y camellos, a combatir con lanza y —lo más importante de todo— a disparar con arco con impresionante precisión desde la plataforma de un carro lanzado a la carrera.

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Estatua de Ramsés I


Los príncipes con posibilidades de alcanzar el trono eran separados de sus madres a muy temprana edad —tal vez a los cuatro o cinco años— y enviados a pasar el resto de su infancia y adolescencia a los campamentos militares, quedando a cargo de uno o varios generales que los criarían y educarían en las artes de la guerra, como correspondía a quienes, probablemente, debiesen desempeñarse en el futuro como poderosos reyes guerreros.

Batalla de Qadesh

Ramsés II en el templo de Tebas.


Entre los dieciséis y los veinte años, Ramsés acompañó a su padre en las campañas de Libia y Siria. Ante la inesperada muerte de Seti, la doble corona fue colocada sobre su cabeza cuando Ramsés contaba entre veinticuatro o veintiséis años. Era ya un guerrero experto, y estaba perfectamente convencido de la vital importancia de Qadesh y Amurru para el futuro de su imperio.

Desde muy joven se preparó para este conflicto, despreciando en aras del interés nacional los términos del tratado que su padre había firmado con los hititas. Tres años antes del comienzo de la campaña, Ramsés realizó grandes y profundos cambios en la organización del ejército y reconstruyó la antigua capital hicsa de Avaris (rebautizándola Pi-Ramsés) para utilizarla como gran base militar en la futura campaña asiática.

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Momia de Ramsés II


Muwatallis
Sabemos muy poco del soberano hitita: fue coronado cuatro años antes que Ramsés, y era el segundo de los cuatro hijos varones del rey Mursili II, oponente de Seti I en la guerra siria anterior.

A la muerte de Mursili II, heredó el trono su hijo primogénito, pero su prematura muerte ubicó a Muwatallis en la posición de predominio que necesitaba para intentar conservar la zona en disputa. Se trataba de un gobernante competente y fuerte, bastante honesto y muy buen administrador: reorganizó toda la administración de su imperio para lograr reunir el ingente ejército que se enfrentaría con los egipcios en Qadesh. Nunca, ni antes ni después, ningún otro monarca hitita lograría juntar una fuerza semejante en número y poder.

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Los ejércitos enfrentados

Ejército hitita
Lo que actualmente se conoce como "ejército hitita" era, en realidad, la fuerza armada de una enorme confederación reclutada en todos los rincones del gran imperio. Estaba compuesta por tropas de Hatti y de otros 17 estados vecinos o vasallos. En la tabla siguiente se muestran los mismos con sus comandantes (cuando se conocen sus nombres) y las tropas aportadas por cada uno de ellos.

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Como la mayoría de los ejércitos de la Edad del Bronce, el ejército hitita estaba organizado en torno a su eficiente fuerza de carros de combate y su poderosa infantería.

Los carros constituían un pequeño y aguerrido núcleo en tiempos de paz, que era rápidamente aumentado cuando se avecinaba una guerra, reclutando a numerosos hombres de las reservas. Estos ricos campesinos combatientes cumplían al enrolarse sus obligaciones feudales para con el rey. Al revés que muchos soldados de levas feudales de la época, los carristas hititas cumplían sesiones periódicas de entrenamiento, lo que los convertía en unidades temibles y temidas.

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Guerrero Hitita


Al revés que el ejército egipcio, los hititas utilizaban a los carros como arma ofensiva primaria. Esta actitud se evidencia desde el propio diseño del carro en sí. Se la consideraba un arma de asalto básica, creada para atravesar las filas de la infantería enemiga y abrir en ella brechas que la propia infantería pudiese penetrar. Es por ello que, aunque las tripulaciones estaban equipadas con potentes arcos recurvados, el arma que utilizaban en toda ocasión era la lanza larga arrojadiza.

El carro hitita, a diferencia del egipcio, tenía el eje ubicado en el centro del chasis y era más pesado, puesto que su dotación era de tres. Estas dos características lo hacían más lento y menos maniobrable que el de su oponente, teniendo además una clara tendencia a volcar si se pretendía que virase en ángulos cerrados. Por ello, necesitaba amplísimos espacios vacíos para maniobrar. Su ventaja consistía en su mayor masa e inercia, lo que lo hacía temible al lanzarse en velocidad. Cuando el impulso y la inercia se disipaban (por ejemplo, al atravesar lomadas u obstáculos), la ventaja del carro hitita se diluía.

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La infantería, como se ha dicho, debía penetrar en las brechas abiertas por los carros en la infantería enemiga, y por esto se la consideraba solo una fuerza secundaria. Siempre que era posible, los generales hititas intentaban sorprender a su enemigo en campos abiertos de dimensiones tales que les permitieran aprovechar la ventaja que les otorgaban sus carros pesados, teniendo a la vez espacio suficiente para virar con sus grandes ángulos de giro.

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Ejército egipcio

El ejército de Ramsés II con sus incontables carros, infantes, arqueros, portaestandartes y bandas de música, era el más numeroso reunido por un faraón egipcio para una operación ofensiva, hasta ese momento.

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Ejercito egipcio. Figuras de madera encontradas en la tumba de Mesehti (Dinastía XI).


Equipado con todas las armas que la tecnología de fines de la Edad del Bronce pudiese procurar. Egipto se había convertido, pues, en un estado militar. El hecho de que los príncipes fuesen criados por generales y no por nodrizas es la prueba más lapidaria de este extremo.

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Espada de bronce de la época de Ramsés.


El ejército era visto, como una importante herramienta de progreso social. Particularmente para los pobres, presentaba oportunidades jamás vistas por el campesino que se quedaba en sus tierras. Como no había distinción entre tropa, suboficiales y oficiales —un soldado raso podía llegar a general de ejército si su capacidad se lo permitía— y se les otorgaba una importante cuota de los ricos botines obtenidos, la ambición de muchísimos trabajadores era pasar a las filas de la milicia real tan pronto como fuese posible.

Cada soldado debía "luchar por su buen nombre" y defender al faraón como un hijo a su padre, otorgándosele si combatía bien un título o condecoración llamado "El Oro del Coraje". Si mostraba cobardía o huía del combate, se lo denigraba, degradaba y, en ciertos casos, como Qadesh, podía incluso ser ejecutado en forma sumarísima y sin juicio, al solo albedrío del rey.

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El ejército egipcio estaba organizado tradicionalmente en grandes cuerpos de ejército (o divisiones, según la terminología empleada) organizados a nivel local, que contaban cada uno con unos 5.000 hombres (4.000 infantes y 1.000 aurigas que tripulaban los 500 carros de guerra agregados a cada cuerpo o división).

Batalla de Qadesh


Si bien se cree que en tiempos de Tutmosis III existieron cuatro de estos cuerpos (en la batalla de Megido, como parece indicar un pasaje en un único papiro), un decreto de Horemheb ratificaba la estructura ancestral de dos cuerpos de ejército. Consciente de la necesidad de amasar una gran fuerza para combatir a los hititas, Ramsés II amplió y reorganizó el ejército de dos cuerpos que Seti había llevado a Siria, restituyendo el esquema de cuatro cuerpos (o creándolo, como queda dicho). Es posible que el Tercer Cuerpo existiese ya en tiempos de Ramsés I o Seti I, pero no existe duda alguna de que el Cuarto fue fundado por Ramsés II. Esta estructura, sumada a la alta movilidad de las unidades, proporcionaba a Ramsés una gran flexibilidad táctica.

Cada cuerpo de ejército recibía como emblema la efigie del dios tutelar de la ciudad donde había sido creado, residía normalmente y le servía de base, y cada uno poseía también sus propias unidades de abastecimiento, servicios para apoyo de combate, logística e inteligencia.

La estructura del ejército en tiempos de Qadesh era la siguiente:

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El Dios Ra, patrono del Segundo Cuerpo de Ejército.


Los 4.000 infantes de cada cuerpo de ejército estaban organizados en 20 compañías o sa de entre 200 y 250 hombres cada una. Estas compañías llevaban nombres sonoros y pintorescos, muchos de los cuales han llegado hasta nosotros, como "León al acecho", "Toro de Nubia", "Destructores de Siria", "Resplandores de Atón" o "Justicia Manifestada".

Las compañías, a su vez, se dividían en unidades de 50 hombres. En combate, las compañías y unidades adoptaban una estructura de falange: los soldados veteranos (menfyt) se ubicaban en la vanguardia, y los bisoños, reclutas y reservistas (llamados nefru) en la retaguardia.

Las numerosas unidades extranjeras que combatieron junto a Ramsés (mercenarios y también prisioneros de guerra a los que se ofrecía la vida, la libertad, parte del botín y tierras si luchaban por Egipto) mantenían su identidad ordenándose en unidades separadas por nacionalidad y adscritas a uno u otro cuerpo de ejército, o bien como unidades auxiliares, de apoyo o de servicios. Tal era el caso de los cananeos, nubios, sherden (guardia de corps del faraón, posiblemente habitantes primitivos de la isla de Cerdeña), etc.

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Los nakhtu-aa, conocidos como "Los del fuerte brazo" constituían unidades especiales entrenadas para el combate cuerpo a cuerpo. Estaban muy bien armados, pero sus escudos y armaduras eran rudimentarios.

El arma principal del ejército egipcio, utilizada en grandes números tanto por la infantería como por las tripulaciones de los carros, era el temible arco mixto egipcio. Estos arcos disparaban largas flechas capaces de atravesar cualquier armadura de la época, por lo cual, en manos de un buen tirador, se convertían en el arma más letal del campo de batalla.

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Además del arco, los soldados egipcios llevaban khopesh, espadas de bronce parecidas a guadañas, en forma de pata de caballo, dagas cortas y hachas de combate con cabeza de bronce.

Las unidades de carros no estaban organizadas como cuerpos propios, sino al modo de la artillería regimental actual: eran agregadas a los cuerpos de ejército, de quienes dependían, en una proporción de 25 carros por cada compañía. A las versiones de combate se sumaban dos variantes más ligeras y veloces: un tipo dedicado a las comunicaciones y otro para exploración y observación avanzada.

Diez carros de guerra formaban una escuadra, cincuenta (cinco escuadras) un escuadrón, y cinco escuadrones una unidad mayor llamada pedjet (batallón), compuesto por 250 vehículos y comandada por un "Jefe de Huestes" que obedecía directamente al jefe del cuerpo de ejército.

Por consiguiente, cada cuerpo de ejército tenía asignados no menos de dos pedjet (500 carros) que, entre los cuatro cuerpos, hacían los 2.000 vehículos que indican las fuentes contemporáneas a los hechos.

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Al contrario que sus enemigos, que basaban sus tácticas en el uso de carros pesados, el ejército egipcio estaba centrado, ya desde el Imperio Antiguo, en la coordinación de numerosas unidades de infantería organizadas en sus respectivos cuerpos de ejército. La asimilación entre sociedad y estado y éste y el ejército permitió desde tiempos remotos que los generales aprovecharan para sus tropas la capacidad de coordinación, organización y precisión que los faraones antiguos habían logrado para las grandes masas de trabajadores de sus notables proyectos arquitectónicos. También la administración y la intendencia habían sido copiadas de los equipos de trabajadores que habían trabajado en las pirámides de Guiza.

Los jefes confiaban en los altamente móviles grupos de carros, pero, hasta el final de su civilización, el arma primaria y núcleo del ejército siguió siendo la infantería.

Batalla de Qadesh


La función de los carros egipcios era atravesar las líneas enemigas, previamente obligadas a abrirse mediante los potentes arcos de la infantería, arrollando todo lo que encontraban a su paso. Aparte de su capacidad de choque, hacían las veces de poderosas plataformas de fuego móviles, intentando evitar, en lo posible, trabarse en combates de orden cerrado, donde los más pesados carros enemigos llevaban ventaja. Esta táctica de "golpear y correr" fue implementada con éxito durante más de tres siglos de guerra egipcia, y su versatilidad se vio colmada cuando la infantería desarrolló la táctica del corredor de a pie que apoyaba a cada carro y sacrificaba a los heridos. La seguridad a bordo del carro era tan buena que la mayoría de ellos podían entrar y salir de las filas enemigas dos o tres veces por batalla con sus seneny ilesos, multiplicando el número aparente de carros en el campo de batalla.

La declaración de guerra

Existen argumentos atendibles que indican que el campo de batalla de Qadesh se eligió de común acuerdo entre ambos mandos enfrentados. La deserción de Amurru en el invierno de 1302 a. C. fue considerada por los hititas como una violación al tratado Seti-Mursilis, y así se manifestó a la corte de Ramsés en misión diplomática al año siguiente.

Marcha Egipcia

Habiéndose agotado todas las instancias de negociación pacífica, Ramsés II reunió a su ejército en las dos grandes bases militares de Delta y Pi-Ramsés. En el noveno día del segundo mes del verano de 1300 a. C. sus tropas rebasaron la ciudad-fortaleza fronteriza de Tjel y se internaron en Gaza por el camino de la costa mediterránea. Desde allí, tardaron un mes en llegar hasta el campo de batalla previsto, bajo las murallas de la ciudadela de Qadesh. El faraón iba a la cabeza de sus fuerzas, montado en su carro de guerra y empuñando su arco.

Vispera de la batalla

El arqueólogo y egiptólogo estadounidense Henry Breasted identificó hace más de 100 años el lugar donde Ramsés estableció su campamento inicial, la colina de 150 m llamada Kamuat el-Harmel, ubicada en la orilla derecha del Orontes. Allí amaneció el rey, acompañado de sus generales y sus hijos, en la mañana del día 9 del tercer mes del verano de 1300 a. C.

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Poco después de la salida del sol, el Cuerpo de Amón desmontó el campamento y se dirigió, por terreno considerado "propio", hacia el norte, para llegar al campo de batalla pactado (la planicie bajo Qadesh). La marcha, aunque difícil, contó con la ventaja de que muchos de los veteranos conocían el camino, pues lo habían hecho anteriormente bajo el mando de Seti I (como el mismo rey, que había acompañado a su padre en la operación) o en la campaña anterior de Ramsés.

Los Cuerpos de Ejército de Ptah, Sutekh y P´Ra venían detrás, aproximadamente a un día de distancia, y los ne´arin amorreos con sus carros tampoco habían llegado todavía. Es lícito suponer que el faraón pretendía acampar frente a Qadesh y esperar algunos días al resto de sus fuerzas.

Llegar antes al lugar de la batalla tenía una importancia táctica enorme en la Edad del Bronce, a tal punto que una diferencia de algunas horas podía definir el curso de una guerra. Las enormes dificultades logísticas de la época hacían muy difícil la preparación de un enorme ejército para combatir, con más razón cuando, como en este caso, hombres y animales necesitaban tener oportunidad de comer y descansar luego de una marcha forzada de 800 km que les había llevado más de un mes. Al enterarse de que los hititas no se encontraban allí, Ramsés vio la oportunidad de esperar un día a los otros tres cuerpos para enfrentar al enemigo con sus fuerzas al completo, dándoles incluso dos o tres días para que se preparasen.

Increíblemente, ni siquiera las fuentes egipcias mencionan que el faraón hubiera intentado comprobar la información que se le ofrecía, demostrando así su juventud y falta de experiencia. Contradiciendo la opinión de sus generales y eunucos más antiguos, Ramsés dio orden de que Amón se dirigiera de inmediato hacia Qadesh.

El campo de batalla

No se ha podido determinar con precisión la ubicación exacta del campamento egipcio en el campo de batalla, pero había un solo lugar con agua potable y fácil de defender, por lo que es posible que Ramsés lo haya establecido allí. Se trata del mismo lugar donde Seti había edificado el suyo años atrás.

El campamento se organizó a la manera de un campamento romano, ordenándose a la tropa cavar un perímetro defensivo que más tarde se fortificó con miles de escudos solapados entre sí y clavados en tierra.

Previendo tener que pasar en ella muchos días, la base fue acondicionada para ofrecer cierta comodidad durante un lapso: se construyó en el centro el templo de Amón, se erigió una gran tienda para Ramsés, sus hijos y su séquito, e incluso se descargó de un carro el gran trono de oro del faraón que lo había acompañado todo el trayecto.

Los dos prisioneros shasu fueron apaleados y sometidos a otras graves torturas antes de ser conducidos de nuevo ante el rey, quien les volvió a preguntar dónde se encontraba Muwatallis. Ellos se mantuvieron firmes en su versión. Sin embargo, los castigos los ablandaron un tanto, hasta hacerles reconocer más tarde que "pertenecían" al rey de Hatti. De este modo, las preocupaciones reemplazaron la clara confianza del faraón. Más palos y más tormentos, y los beduinos confesaron lo que nadie en el campamento habría querido escuchar: "Muwatallis no está en Khaleb, sino detrás de la Ciudad Vieja de Qadesh. Está la infantería, están los carros, están sus armas de guerra, y todos juntos son más numerosos que las arenas del río, todos prontos, preparados y listos para combatir". La Qadesh vieja se encontraba muy cerca, unos pocos cientos de metros al noreste del promontorio sobre el que se encontraba la ciudad.

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Ramsés comprendió que había sido engañado y que, con toda probabilidad, un desastre total era inminente: había que avisar a Ptah, Sutekh y P´Ra de la situación, para reunirlos con Amón lo antes posible. La iniciativa había quedado ahora para los hititas, por lo que el soberano envió a su visir al sur, al encuentro de P´Re, para exigirle que redoblara la marcha. Aunque no ha quedado registrado, parece razonable que enviara otro mensajero al norte para apurar la llegada de las unidades de ne´arin amorreos.

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El escondite hitita

El ejército hitita en efecto se encontraba tras los muros de Qadesh la Vieja, pero Muwatallis había establecido su puesto de comando en la ladera noreste del tell (colina o promontorio) en que se levantaba Qadesh, puesto elevado que, si bien no le permitía observar el campamento enemigo, si le daba una clara ventaja de inteligencia.

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Por motivos que se desconocen, Ramsés liberó a los dos beduinos espías en lugar de retenerlos o ejecutarlos, y estos —como es lógico— corrieron a suministrar información a su señor. El rey hitita había enviado también otros exploradores avanzados para determinar dónde se encontraba exactamente el ejército enemigo, y se puede establecer que a la caída de la noche del día 9 del tercer mes (no antes) el monarca de Hatti había conseguido reunir toda la información necesaria.

Se dice en el Boletín que los hititas atacaron en medio de la última reunión de Ramsés con su estado mayor. Si esto es cierto, tenemos que creer que lo que se describe es un asalto nocturno. Si bien los ataques nocturnos existían, eran rarísimos, por varios motivos: si se atacaba a ciegas se corría el riesgo de caer en una emboscada, y si se llevaban antorchas para no perderse, las tropas atacantes se convertían en blancos fáciles para los arqueros enemigos.

Más aún: Muwatallis no pudo atacar antes de disponer de su información de inteligencia, y está demostrado que no pudo poseerla antes de que cayera la noche. Para colmo, su ejército se encontraba en Qadesh Vieja, por lo que para atacar a Ramsés en la oscuridad sus más de 40.000 infantes y 3.500 carros debieron tener que vadear el río sin poder ver nada, lo que hubiese representado un seguro suicidio colectivo. De esta manera, las fuentes modernas se sienten autorizadas a afirmar que la batalla no se produjo ese mismo día 9, sino al día siguiente. 
 Segundo cuerpo del ejército egipcio

El visir de Ramsés llegó al vivac del Cuerpo de P´Re, junto al vado de Ribla, al amanecer del día 10. Como es lógico, nada estaba preparado aún: los soldados dormían y los caballos, maneados, se encontraban desenganchados de los carros.

Ante la perentoria orden de acudir de inmediato al campo de batalla, las tropas desmontaron las carpas, dieron de comer a los animales y cargaron los convoyes con la impedimenta. Esta labor tuvo que durar varias horas.

El visir cambió los caballos de su carro de guerra y, en vez de acompañar al Segundo Cuerpo al norte, se dirigió aún más al sur para dar la misma orden al Cuerpo de Ptah, que se encontraba al sur de la ciudad de Aronama.

El Segundo Cuerpo tardó un tiempo considerable en vadear el río, ya que las orillas estaban revueltas y pisoteadas por el paso del Cuerpo de Amón el día anterior y, en apariencia, la cautela militar fue dejada de lado por culpa de la urgencia. La cohesión de las formaciones se perdió en la orilla opuesta, y el ejército marchó hacia Qadesh a paso redoblado, posiblemente enviando los carros por delante.

Primera fase de la batalla


Ataque hitita
Mientras el Segundo Cuerpo apretaba el paso en dirección norte, apurándose hacia el campamento de Ramsés en cumplimiento de las instrucciones llevadas por el visir, se aproximó a la ribera del río Al-Mukadiyah, un afluente del Orontes que rodeaba la base del monte donde se hallaba edificada Qadesh y luego discurría hacia el sur.

La visibilidad era muy mala, porque el tiempo había estado seco durante meses y el polvo levantado por miles de pies y las ruedas de los carros flotaba en el aire y tardaba mucho en asentarse.

Las márgenes del río estaban cubiertas de vegetación, llenas de matorrales, arbustos y aún árboles que no permitían a los egipcios ver el agua ni lo que se encontraba más allá. 


Cuando P´Ra estuvo a 500 metros del río, sobrevino la sorpresa: de la línea de vegetación de Al-Mukadiyah —a la derecha de los egipcios en marcha— emergió una enorme masa de carros de guerra hititas, que se arrojaron sobre la columna. Los carros egipcios que custodiaban la derecha de la fila fueron arrollados y destruidos por la marea de vehículos, caballos y hombres que seguían surgiendo de entre los árboles y no daban muestras de terminar. Lanzados al galope, los carristas hititas supieron que debían aprovechar la enorme inercia de sus carros, y azuzaron aún más a las bestias, que en loca carrera aplastaron la derecha egipcia. Atravesando las filas de infantes como un fuego, los hititas siguieron hacia el oeste, destrozaron los carros de la izquierda y dispersaron a los enemigos, alanceándolos desde los vehículos. Las dos filas de carros egipcios se derrumbaron, su formación de marcha —totalmente inadecuada para sobrevivir a un asalto lateral— se desintegró, y los pocos infantes sobrevivientes se dispersaron para ponerse fuera del alcance de las picas enemigas.

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Batalla


La disciplina egipcia desapareció ante este ataque sorpresa, y antes de que los últimos carros hititas acabaran de salir de entre los árboles, el Segundo Cuerpo de Ejército ya no existía. De los sobrevivientes, los que iban en cabeza se apuraron hacia el campamento de Ramsés, mientras que la retaguardia debe haber corrido al sur en busca de la protección del Cuerpo de Ptah que venía aproximándose en la lejanía.

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Los carros egipcios de la vanguardia soltaron riendas y galoparon al norte hacia el campamento para avisar a Ramsés del ataque inminente. Mientras tanto, los carros hititas habían alcanzado la gran planicie al oeste, de un tamaño tal que les hubiese permitido girar en ángulo abierto y regresar para cazar a los sobrevivientes. Pero en lugar de hacer eso, viraron hacia el norte y se dirigieron a atacar el campamento de Ramsés II.

Asalto al campamento egipcio

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Ramsés había dispuesto que varias unidades de carros y compañías de infantería permanecieran de guardia, listas para la acción, en el interior del recinto cercado por escudos. A pesar de la confianza en que P´Ra y Ptah, en cumplimiento de las urgentes órdenes del visir, llegarían más tarde ese día, y Sutekh al día siguiente, y tal vez el 12 los ne´arin que venían del norte desde Amurru atravesando el valle del Eleuteros, muchos vigías se hallaban apostados en los cuatro lados del campamento observando la lejanía. Su tarea se veía dificultada por el aire caliente del desierto que distorsionaba las formas y por el polvo suspendido que refractaba la luz.

Los vigías del frente sur gritaron sus alarmas al mismo tiempo que los del lado oeste: mientras que los primeros anunciaban la frenética carrera de los carros sobrevivientes de P´Ra, los segundos acababan de ver la enorme formación de vehículos hititas que se lanzaba hacia ellos.

Aún antes de que los senenys de P´Ra entraran al campamento y comenzaran a explicar lo sucedido, todas las tropas se hallaban ya en zafarrancho de combate: en pocos minutos, los carros hititas se abalanzaron sobre el ángulo noroeste de la pared de escudos, la demolieron y penetraron en el campamento. La fila de escudos, el foso y las numerosas tiendas, carros y caballos trabados que encontraron a su paso comenzaron a detenerlos y a hacerles perder su inercia inicial, mientras que los defensores trataban de atacarlos con sus espadas khopesh en forma de guadaña. El asalto degeneró rápidamente en una salvaje melée lucha cuerpo a cuerpo. Los carros hititas se empujaban unos a otros porque el espacio interior no era suficiente para todos, de modo que muchos de ellos no pudieron ingresar y debieron luchar desde el exterior de la muralla de escudos y el foso defensivo.

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Muchos egipcios murieron, y también numerosos hititas que, derribados de sus carros por las colisiones contra sus compañeros u obstáculos fijos, eran rápidamente sacrificados en tierra con un golpe de khopesh.

La guardia personal del faraón (los sherden) rodeó su tienda, dispuesta a defender al rey con sus vidas. Ramsés II, por su parte —según nos informa el Poema—, "se colocó su armadura y tomó sus arreos de batalla", organizando la defensa con los sherden (que disponían de carros e infantería) y varios otros escuadrones de carros de guerra que se hallaban estacionados al fondo del campamento (esto es, en su lado oriental).

La guardia del rey puso a los hijos de Ramsés —entre los que se encontraba el mayor de los varones, Prahiwenamef, que en ese entonces era el heredero al trono ya que sus dos hermanos habían muerto en la infancia— a buen recaudo en el extremo oriental, que no había sido atacado.

El faraón se colocó la khepresh (corona) azul y, gritando órdenes a su conductor (kedjen) personal, llamado Menna, montó en su carro de batalla. 
 Ramsés organiza la defensa

Empuñando su arco y poniéndose a la cabeza de los carros sobrevivientes, Ramsés II salió del campamento por la puerta este y, girando al norte, lo rodeó hasta llegar a la esquina noroeste, donde los carros hititas se hallaban embotellados en incómoda confusión y, por lo mismo, casi indefensos. La atención de los invasores no se dirigió a los carros egipcios que los atacaban por retaguardia y el flanco izquierdo: estaban absortos tratando de ingresar al campamento. Recuérdese que Muwatallis les había quitado su paga, prometiéndoles solamente la parte del botín que pudiesen capturar. Por lo tanto, la primera prioridad de los hititas era tomar los bienes posibles del campamento egipcio, especialmente el enorme y pesado trono de oro del faraón.

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Bajorrelieve del templo de Abu Simbel que representa a Ramsés II derrotando a sus enemigos


Su ambición los perdió: el superior alcance de los arcos egipcios provocó una gran masacre sobre las tripulaciones hititas que aún no habían conseguido entrar, blancos fijos que se convirtieron en presa fácil para los experimentados tiradores egipcios. Tan amontonados se encontraban los hititas, que los disciplinados arqueros egipcios no necesitaban apuntar para hacer blanco en un hombre o un caballo.

Muchos murieron bajo las khopesh de los menfyt al caer de sus carros, que chocaban contra otros o se volcaban al tropezar con caballos muertos, y muchos otros cayeron bajo la temible precisión de los arqueros enemigos.

Al cabo de escasos momentos, el desierto al sur y al oeste del campamento estaba cubierto de cadáveres, a tal punto que Ramsés exclama en el Poema: "Hice que el campo se tiñera de blanco [en referencia a los largos delantales que llevaban los hititas] con los cuerpos de los Hijos de Hatti".

Batalla


Derrotados completamente los hititas, con unos pocos sobrevivientes dispersos y en fuga, los menfyt se dedicaron a recorrer metódicamente el campo de batalla, rematando a los heridos y amputándoles las manos derechas. Este método, mostrado muchas veces como un ejemplo de la crueldad de los egipcios, era en realidad un recurso administrativo. Las manos cortadas se entregaban a los escribas, quienes, contándolas meticulosamente, podían hacer una estadística fidedigna de las bajas enemigas.

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Segunda fase de la batalla

Maniobra hitita de distracción

De acuerdo con la visión moderna sobre la batalla, el combate no estaba desarrollándose como Muwatallis había previsto. Además de la precipitada acción de abalanzarse sobre el cuerpo de ejército en marcha, la decidida reacción de Ramsés y sus carros había puesto en fuga a los vehículos hititas y ahora los egipcios perseguían a los carros atacantes.

Muwatallis debía aliviar la presión sobre ellos a como diese lugar: sabía perfectamente que el grueso de la fuerza egipcia ni siquiera había llegado (Sutekh y Ptah estaban aún de camino hacia Qadesh) y todo su plan se enfrentaba al desastre.

En consecuencia, eligió pasar a la acción con una maniobra de distracción que le permitiese recuperar la iniciativa perdida, haciendo regresar a parte de las tropas que perseguían a las suyas y obligando a Ramsés a regresar a su campamento.

En el puesto avanzado en el que se encontraba el rey hitita había muy pocas tropas: aparte de su cortejo personal, lo acompañaban solo unos pocos nobles de su confianza. En consecuencia, les ordenó que organizaran una fuerza de carros, que cruzaran el río y que atacaran el campamento egipcio desde el lado oriental.

La respuesta fue poco entusiasta (la nobleza no acostumbraba entrar en combate), pero las tajantes órdenes de su emperador dejaron poco lugar para la inacción. Así, los hombres más importantes de la jerarquía política hitita —incluyendo a los hijos, hermanos y amigos personales de Muwatallis— y de los comandos de sus aliados se reunieron en una escuadra ad hoc y, con dificultades, cruzaron el Orontes hacia poniente.

Llegan los ne´arin

Apenas asaltado el campamento por esta escasa fuerza, los carros hititas fueron arrollados por una gran fuerza de carros que llegaba desde el norte. Se trataba de los carros amorreos, los ne´arin, que aparecían providencialmente en ese momento de zozobra egipcia. Más atrás venía la infantería pesada de Amurru. El reporte escrito en las paredes del templo funerario de Ramsés, en Tebas, dice textualmente a este respecto: "Los Ne´arin irrumpieron entre los odiados Hijos de Hatti. Fue en el momento en que estos atacaban el campamento del faraón y conseguían penetrarlo. Los Ne´arin los mataron a todos".

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Como un dejà vu de la primera parte del combate, todo se repitió: los amorreos asaetearon con sus flechas a los carros hititas que luchaban por ingresar a través de una brecha en el muro de escudos. Al intentar retroceder para salir de allí y huir nuevamente a la relativa seguridad de la orilla oriental del Orontes, ocurrió otro hecho que selló la suerte hitita: mientras comenzaban a vadear las aguas, hicieron su aparición desde el sur algunas unidades de carros que volvían de la caza y persecución de la otra fuerza, acompañadas por los elementos avanzados de carros e infantería pertenecientes al Cuerpo de Ptah que se hacía presente en el momento preciso.

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Fresco Mouwatalli, rey hitita durante la famosa batalla de Kadesh contra los egipcios


La muerte llovió sobre los hititas en el camino hasta el río, en las orillas y aún en el centro del agua: muchos fueron asaetados, otros aplastados por los carros y los más murieron ahogados al ser arrojados fuera de sus vehículos, agobiados y arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras.

Final de la batalla


Liberados los prisioneros hititas de alto rango, la línea de acción de Muwatallis quedó muy clara. La principal fuerza ofensiva de su ejército —los carros— había sido destruida, y, asimismo, muchos jefes y dignatarios habían muerto en el ataque de los ne´arin.

No había podido explotar la ventaja táctica de haber llegado primero al campo de batalla al ser obligado a combatir prematuramente tras el encuentro fortuito de sus carros con la columna egipcia, por lo que estaba claro que la batalla se había perdido.

Ramsés tenía, en cambio, dos cuerpos de ejército frescos y completos, y los sobrevivientes de los otros dos fuertemente motivados por las ejecuciones sumarias que acababan de presenciar.

Sin embargo, las fuerzas egipcias de Ptah, Sutekh y ne´arin no eran suficientes para mantener la hegemonía egipcia en la región, y el rey hitita se dio cuenta de ello. Los deseos de Ramsés de sostenerse como potencia reteniendo Qadesh acababan de esfumarse y, en esas condiciones de derrota táctica y posible empate técnico estratégico, lo mejor era solicitar un armisticio. Qadesh quedaba en manos egipcias, pero era imposible que Ramsés pudiera quedarse allí para cuidarla. Debería regresar a Egipto para lamerse las heridas de sus grandes pérdidas y ello representaría la restauración del dominio hitita sobre Siria.

Por lo tanto, Muwatallis envió una embajada a solicitar la tregua y Ramsés, al aceptarla, reveló a los egipcios una debilidad que se confirmaría por los hechos posteriores.

Consecuencias

Al proponer el inmediato cese del fuego, Muwatallis demostró su gran inteligencia. El armisticio le permitió ahorrar pérdidas, ya que poco después de Qadesh debió enviar los restos remanentes de su ejército a sofocar diversas rebeliones en otras partes de su imperio.

Ramsés y su ejército retornaron cabizbajos a Egipto, abucheados y silbados despreciativamente por cada poblado que atravesaban. Para mayor humillación, las tropas hititas siguieron a los egipcios hasta el Nilo a pocas millas de distancia, dando toda la impresión de que escoltaban a un ejército derrotado y cautivo.

La humillación de los supuestamente "victoriosos" soldados egipcios fue tan grande que todas las partes de Siria que quedaron bajo su dominio tras Qadesh se rebelaron contra el faraón (algunas de ellas incluso antes de que el ejército pasara por allí en su marcha hacia Pi-Ramsés). Todas ellas buscaron el cobijo hitita y quedaron bajo su órbita durante muchos años.

Si bien Egipto recuperó estas regiones más tarde, necesitó varias décadas para conseguirlo.

Inmediatamente tras Qadesh, siguió una larguísima guerra fría entre las dos potencias, una especie de equilibrio inestable que concluyó dieciséis años después con la firma del célebre Tratado de Qadesh.

A partir de Qadesh, Egipto y Hatti permanecieron en paz durante aproximadamente 110 años, hasta que en 1190 a. C. Hatti fue completamente destruido por los llamados "Pueblos del Mar".

Batalla de Qadesh

Tablilla de barro con el tratado firmado entre Hattusil y Ramsés. Versión encontrada en Boghazköi (Museo de Estambúl).


El Campo de batalla

El campo de batalla se puede visitar hoy. El promontorio sobre el que se encontraba la ciudadela de Qadesh se llama hoy Tell Nebi Mend y se puede visitar. El estado de conservación de las ruinas y la recreación del ambiente son bastante malos, aunque no es difícil llegar a él desde Damasco.

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Sin embargo, la visita no está, hoy en día, justificada. Aunque se han desenterrado varios artefactos asirios, las excavaciones arqueológicas están prohibidas debido a la existencia de una tumba de un santo musulmán y una mezquita precisamente sobre la cima del promontorio y varios otros sepulcros árabes en el campo de batalla.

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